viernes, 22 de enero de 2010

Manía de indolente








Toda la fama de los poetas se resume
en unas flores en la memoria de las tumbas.
Yo las visito como espíritu viviente
y dejo un poco de tierra.

Es una tierna lumbre que dejan
a veces tienes que bañarte en el mar
para poder verlas. Se pueden profanar
pasando páginas.

Alguna rellena un vacío inexistente
que sólo poseía poesía para recoger
tiempo perdido de amor y de injusticia.
Las de artistas inermes que vivían a
vida o muerte son las más escondidas
tan recónditas, invisibles que
hay que esforzarse para encontrarlas
y una vez que las has visto, siempre vuelves
a ponerles agua.

El amore, el amore...





Como si fuera un juego
quiero empezar a terminar un cuento:
Qué me dejes vivir un sueño.

No sé quién lo dijo:
Lo que termina y no empieza
ni era de verdad ni tenía belleza.

Y le doy gracias al cielo y a Dios,
aunque me cae bien a ratos,
por hacerme este favor
de enseñarme a conocerte.
Por tu culpa, a ser mejor.

Solo me río contigo
yo quiero estar contigo,
eres tú el que corres por mi boca
cuando bebo sola.


Te dibujaría un árbol en la espalda
para que crezca cuando duermes
y sueñes que me siento en la cama
para soplar las hojas de tus brazos
que adoro.

Yo quiero comerme hasta las flores,
hasta la última gota de sus mieles
rojas quiero beberme.

¿Pararán los trenes de los suicidas?









¿Pararán los trenes de los suicidas
O dejarán que la vida siga su curso?

¿Girarán sus cabezas atrás
Los maquinistas
Intentando rescatar un pedazo
De lo que fue?

¿Tendrán un momento para pensar
Si tuvieron tiempo para frenar
O arrastrarán la culpa involuntaria
Por los siglos?

Como la conciencia de la muerte
Fue un hito para mí
Cada alma de maquinista
Se lleva un pedazo del alma suicida.

Y la vida sigue,
Como si nada.